Prologo: Marcas de Dientes (2ª parte)
MUÉRDEME DESPACITO, PERO MUÉRDEME
Delfina el silencio y las cosas que quiero decir
Delfina González, instala una seria de registros poéticas frente a la respuesta irespondible del porque escribo, Delfina interroga su voz poética, su cuerpo, su lápiz frenético en torno al ejercicio del escribir, al oficio de artesano sobre la pagina en blanco. Delfina muestra cómo escribe: sus causas (donde estas), sus consecuencias (el dolor, la soledad), toda su poética es un registro desde el silencio, de la misma manera en que Delfina, apenas nos mostraba sus libretas con sus ejercicios intensos, con sus frases certeras, con la brevedad de la imagen, con la simplicidad poética de la palabra. La palabra que lo nombra, que lo pide, que interroga al otro, que ejerce su poder y su dominio como un cuerpo subalterno que emerge en estos tiempos de nueva poesía. El taller del baile de los niños, como espacio resignifico, el uso y abuso de códigos experimentales, que atraviesan arte y vida, biografía y escritura, como un cruce cerrado sin fronteras, y es Delfina González un ejemplo de como esa poética de lo biográfico, cruzo su propia historia, su propia imagen fotográfica paterna intervenida con sus versos en rojo, su propia mirada certera del “Infarto del alma”, de Paz Errazuriz. Delfina rescribió a Malu Urriola, y desde ahí también hizo una alianza con las estrategias poéticas de la escritura de mujeres que subvierten el lenguaje. El acto de la escritura, como el desarraigo personal “Aquí encerrada dentro de estas hojas blancas, donde la locura es dejada de lado”, la locura como espacio de lo femenino, la interrogante, la duda, el miedo “En estos días yo he tenido el privilegio de vivir mi locura tranquila, sin necesidad de esconderla. Y te contare lo que aquí veo, porque tu que vienes una vez al día, quieres saber”. Solo una vez al día, señala Delfina, solo una vez al día, vienes, y después la ausencia, y después el escribir. Delfina convirtió, su poética, en una luz breve pero luminosa, tímida pero potente en esas tardes del piso once. Delfina escribía mas rápido que el lápiz, “Mi lápiz aun corre frenético, pero ahora dibujando lo que veo, porque el me dijo que dibujara todo”. La apelación al genero femenino, en Delfina, resulta hermosamente retratado, desde lo colectivo, un nosotras solas, un nosotras perdidas un nosotras que se vuelve generador de un nosotras país en femenino, “Ahora ya he completado estas hojas. Estas hojas de papel blanco que escribimos entre todas” ese escribir colectivo, dónde el todas, son de alguna manera todos los nombres femeninos de la biografía, porque nada es necesario decir con grandes y extensos versos, la síntesis de su poética, es una virtud que enriquece las imágenes “Te haz convertido en el aire que no entra a mis pulmones, en las frases que me faltan, y necesito me ayudes a completar” Completar frases, que en realidad solo ella (y eso lo sabe) puede completar con la facilidad de sus bellos versos, con el atrevimiento radical de nombrarse, desafiando el peligro de la exposición, la suprimición de lo privado, como un cruce de arte y vida “Delfina, qué te puedo decir Vivo contigo y aún no te conozco”. Delfina, que te puedo decir, aquí están tus escrituras de emergencias, tus rabiosos silencios escritos, tu fascinación poética por el escribir.
La escritura de Carolina Vega, rescata los vestigios de la escritura de mujeres, y a la vez los reviste con las nuevas tecnologías, los nuevos frotes y deseos, las nuevas marcas del abandono, las nuevas cicatrices post modernas de un nuevo cuerpo mujer, que reconstruye sus heridas, su memoria, su política de visibilidad. Carolina Vega, instalo en el taller una acertada reescritura a la narrativa de Eugenia Prado, y a los códigos del cuerpo / sangre / poder, de la novelística de Diamela Eltit. Carolina desde lo neobarroco, cuando leía cada clase en el taller, nos llevaba por su biografía, en un viaje por un funicular, donde instalaba nombres, playas, afectos, rabias. Todo en Carolina era una fotografía parchada, recortada, adornada por brillitos, por lápiz violeta, por flores olvidadas, por reinscripciones y formas. El lenguaje de Carolina Vega, es el protagonista de sus textos, como dice, como nombra, como ejercita la palabra desde al fuerza radical del verso “Es ese maldito cariño el que cierra la boca llena de llagas para no mascullar el malogrado cuerpo prestado”.. Conocimos a Carolina, llena de magia, colores y sueños, los traía cada tarde de taller, en miles de bolsitas distintas, en miles de cajas y formas. Carolina, leía, y enmudecía a todos, su tono, su ejecución vocal, su musicalidad anunciaba el corpus poético, los sujetos que instalaba del habla, “Los peces y gatos” que nadan en su texto, y el ejercicio del escribir como posibilidad y como enunciado “Por eso se escribe y se dice que duele; aunque los peces y los gatos jamás puedan comprenderlo”. En el ejercicio de géneros confesionales, Carolina Vega, presento un hermoso trabajo de diario de vida, ahí aparece la Cárcel, la prisión política, la tortura de mujeres, el cuerpo herido, el otro que no está, el género del diario, permite marcar la condena terrible de esa tragedia, la fuerza del lenguaje esta en como ejecuta de manera notable esa atmósfera, ese dolor, esa derrota, esa perdida, como señala en este bello verso: “Hoy soñé contigo José y la última vez que hicimos el amor como despedida o reproche a estas cárceles que son el cuerpo”. Todo esta dicho ahí, toda la emotividad despiadada, de este territorio inexplorable de las cárceles de mujeres en Chile, pienso en Maria Carolina Gel, o pienso en la prisión política de Sybilla Arredondo: “la noche ésa en que mi cuerpo tuyo tembló desde el refugio del sol a la penumbra de sabernos buscados”. Una escritura que desafía el margen, y lo señala con lucidez en sus versos “he aprendido a inventarme bordes.” La erótica de la palabra “Apenas hoy me atrevo a tocarme lo que queda de mi”, la violencia de los cuerpos “Todas las noches ellos vienen por mí y yo sólo quiero bailar contigo sobre luces escarlatinas.” Carolina Vega. sentencia en su poética, una estética de lo híbrido entre géneros, entre lo narrativo a veces, la prosa poética muchas veces, el verso como ejercicio. Todo lo nombra como fotografía de la infancia, “Tu silencio incorpora mi silencio porque hasta nombrarte puede poner a los animales tristes”. Carolina, interpela un cuerpo herido, como historia terrible de país, como imaginario colectivo, como metáfora de animales tristes: “Ese día fuimos al zoológico y los animales no estaban sonriendo”.
Diego Ramirez .-
enero 2007 .-
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