sábado, abril 07, 2007

Prologo: Marcas de Dientes (2ª parte)

PROLOGO:
(2ª parte)
MUÉRDEME DESPACITO, PERO MUÉRDEME

Las madres siempre tienen la culpa de todo


Delfina el silencio y las cosas que quiero decir

Delfina González, instala una seria de registros poéticas frente a la respuesta irespondible del porque escribo, Delfina interroga su voz poética, su cuerpo, su lápiz frenético en torno al ejercicio del escribir, al oficio de artesano sobre la pagina en blanco. Delfina muestra cómo escribe: sus causas (donde estas), sus consecuencias (el dolor, la soledad), toda su poética es un registro desde el silencio, de la misma manera en que Delfina, apenas nos mostraba sus libretas con sus ejercicios intensos, con sus frases certeras, con la brevedad de la imagen, con la simplicidad poética de la palabra. La palabra que lo nombra, que lo pide, que interroga al otro, que ejerce su poder y su dominio como un cuerpo subalterno que emerge en estos tiempos de nueva poesía. El taller del baile de los niños, como espacio resignifico, el uso y abuso de códigos experimentales, que atraviesan arte y vida, biografía y escritura, como un cruce cerrado sin fronteras, y es Delfina González un ejemplo de como esa poética de lo biográfico, cruzo su propia historia, su propia imagen fotográfica paterna intervenida con sus versos en rojo, su propia mirada certera del “Infarto del alma”, de Paz Errazuriz. Delfina rescribió a Malu Urriola, y desde ahí también hizo una alianza con las estrategias poéticas de la escritura de mujeres que subvierten el lenguaje. El acto de la escritura, como el desarraigo personal “Aquí encerrada dentro de estas hojas blancas, donde la locura es dejada de lado”, la locura como espacio de lo femenino, la interrogante, la duda, el miedo “En estos días yo he tenido el privilegio de vivir mi locura tranquila, sin necesidad de esconderla. Y te contare lo que aquí veo, porque tu que vienes una vez al día, quieres saber”. Solo una vez al día, señala Delfina, solo una vez al día, vienes, y después la ausencia, y después el escribir. Delfina convirtió, su poética, en una luz breve pero luminosa, tímida pero potente en esas tardes del piso once. Delfina escribía mas rápido que el lápiz, “Mi lápiz aun corre frenético, pero ahora dibujando lo que veo, porque el me dijo que dibujara todo”. La apelación al genero femenino, en Delfina, resulta hermosamente retratado, desde lo colectivo, un nosotras solas, un nosotras perdidas un nosotras que se vuelve generador de un nosotras país en femenino, “Ahora ya he completado estas hojas. Estas hojas de papel blanco que escribimos entre todas” ese escribir colectivo, dónde el todas, son de alguna manera todos los nombres femeninos de la biografía, porque nada es necesario decir con grandes y extensos versos, la síntesis de su poética, es una virtud que enriquece las imágenes “Te haz convertido en el aire que no entra a mis pulmones, en las frases que me faltan, y necesito me ayudes a completar” Completar frases, que en realidad solo ella (y eso lo sabe) puede completar con la facilidad de sus bellos versos, con el atrevimiento radical de nombrarse, desafiando el peligro de la exposición, la suprimición de lo privado, como un cruce de arte y vida “Delfina, qué te puedo decir Vivo contigo y aún no te conozco”. Delfina, que te puedo decir, aquí están tus escrituras de emergencias, tus rabiosos silencios escritos, tu fascinación poética por el escribir.

Leo: nieve blanca mentiras blancas labios blancos



Leonardo Quezada, utiliza su poesía como un gran escenario de rock, donde las luces celestes del glam, se entrecruzan en el desborde de la posibilidad por una noche mas punk, por un deseo a escondidas, un poquito mas hardkore, o la utilización del ritmo, música, verso, prosa, como una baile desesperado, por los niños a los que les escribe, y a los niños a los que les baila “Te tienen para el ritmo y tu les baila /,Nadie te quiere realmente”. El desamparo, por el otro, es la justificación para la noche, como espacio poético, la nieve como lenguaje, las zonas blancas: el cuerpo, la leche, el día perfecto, como posibilidad de emerger en una poética desde el conformismo, pero también la necesidad desesperada, de decir, de instaurar con su estética rabiosa y postmoderna luces de neón, estrellas infinitas. Las ironía es el medio, “Hay que dejar espacio para que los bonitos hagan lo suyo, el no cariño es la emergencia, “Así que te acostumbras a pendejos para no estar solo. Nadie te quiere realmente” el cuerpo es el deseo, “Tus mentiras blancas siempre empiezan desde lo poco y nada que sale de tu corazón, ese delgado hilo de cariño que sientes por mí”. En Leonardo Quezada, existe la furia de decir todo desde la fatalidad, del reírse de si mismo y del reírse (enamoradamente) pero reírse de ese otro que hace daño con las bocas, con las piernas, ese que no saca a bailar en la pista de baile, que deja sin luces la cama de soltero, que deja sin ganas el cielo descascarado, porque en Leo, los días perfectos de su poesía no existen y ese canto de desilusión es la imagen resplandeciente de sus noches inscritas en este libro, “Yo no pude conocer los días perfectos”, ese otro al que le escribe, tiene toda las adjetivaciones celestiales que le pertenecen a su cuerpo, a su ojos, a sus labios “ Tu cara es perfecta / Es tan perfecta que podría cortártela/ Es tan perfecta que quiero ir a sembrarla /A ver si en los cerros crecen otros como tú”. Leo, sabe de esos fracasos y los inscribe con la ferocidad de su lenguaje, de sus apelaciones, de sus rabias inscritas en el cariño “macho” de esos cuerpos solos. “Tengo ganas de cosechar imperfecciones”. Leo, llego al taller, lleno de prendedores, en uno decía Niño Gato, en otras figuras, medallas, nubes. Leo encendió su música, fragmentos de la neovanguardia, desde el baile punk de Patti Smith, hasta la poesía rock de Bs. Aires, pienso en Cecilia Pavón o Gabriela Bejerman, o pienso en la des(moda) radical de Dani Umpi. Leo, hizo alianza rock-fusión poesía con el género epistolar, con la escritura de género como forma y reacción, con la intervención del machito boxeador de la fotografía de Paz Errazuriz, o esa tarde de rock Gran Avenida cuando escuchamos a la poeta Gladys González. Leo, revoluciona los versos, como si el baile, el cuerpo y la mano que escribe fueran una función estratégica “Tonto, hay un día perfecto/ Salgamos a cazarlos” La primerísima primera persona, como la desconstrución; Leo, escribe, lejos de los imperios poéticos, del poeta iluminado, las luces poéticas de Leo, están mas cerca de una ciudad despierta, que es testigo de la furia de los amores en las plazas o de la estética perdida de alguna chico en la esquina del corazón, “Leo, son tres letra / Una insignificancia en vías de crecimiento” Todo su poética habla y desarticula los códigos de poder de la escritura de las diferencias para rescribirlas, desde el presento, con una estética mas cercana al otro contexto, uno mas abierto, donde todos los deseos bailan, pero siempre desde la misma fatalidad del roce “Todos viajan a ti/ Con el pasaje de ida y vuelta en el bolsillo, (nadie viene a quedarse).” La escritura de Leo, es la escritura del desquite, del olvido, de la tarde sin ti, “tus mentiras mas salvajes se escriben en delgadas líneas blancas alejadas del cariño”. Las mentiras blancas de Leonardo Quezada, surgen del genero erótico, como estética de esos cuerpos y esos no decir del cuerpo, porque ya todo se escribió desde ahí, “Odio a los Dj´s que transforman la pena en una razón para besar”. Leo, nos escribe con pestillo, cuenta su amor desde esa pieza del fondo, donde nadie los mira, no porque no quieran verlo, no porque no acepten ese baile ya tranzado por el libre consumo exacerbado del cuerpo homosexual, sino porque desde ahí es mas lindo, mas romántico, es mas cercano a su baile personal “te bailo solo a ti con pestillo, te demuestro mi justificación del cariño, buscando un cosquilleo intermitente en la pelvis. Buscando algo mas que salga de ti.” Todo un canto mitificando las nuevas divas envejecidas por la pantalla personificada, glamoroso y exagerada de la minoría “Nina Simone, acógeme Por que nadie quiere cogerme”. En este libro, Leonardo, Leo, las tres letra, interpelan ese sujeto flourecente de la noche heavy metal punk para posicionar su bella historia de amor, su terrible historia de amor:“Yo lo hice a mi manera Nina/ La manera de los machito /La manera amanerada de la norma”. Todo esta en el cielo, Leo, todo, todo esta en el cielo, ese que esta escrito como marcas de dientes en las paginas de este libro “Se caen los aviones/ Se caen los travestís desde sus altas plataformas/Y no me voy a caer yo?”.

Carolina: los animales no estaban sonriendo

La escritura de Carolina Vega, rescata los vestigios de la escritura de mujeres, y a la vez los reviste con las nuevas tecnologías, los nuevos frotes y deseos, las nuevas marcas del abandono, las nuevas cicatrices post modernas de un nuevo cuerpo mujer, que reconstruye sus heridas, su memoria, su política de visibilidad. Carolina Vega, instalo en el taller una acertada reescritura a la narrativa de Eugenia Prado, y a los códigos del cuerpo / sangre / poder, de la novelística de Diamela Eltit. Carolina desde lo neobarroco, cuando leía cada clase en el taller, nos llevaba por su biografía, en un viaje por un funicular, donde instalaba nombres, playas, afectos, rabias. Todo en Carolina era una fotografía parchada, recortada, adornada por brillitos, por lápiz violeta, por flores olvidadas, por reinscripciones y formas. El lenguaje de Carolina Vega, es el protagonista de sus textos, como dice, como nombra, como ejercita la palabra desde al fuerza radical del verso “Es ese maldito cariño el que cierra la boca llena de llagas para no mascullar el malogrado cuerpo prestado”.. Conocimos a Carolina, llena de magia, colores y sueños, los traía cada tarde de taller, en miles de bolsitas distintas, en miles de cajas y formas. Carolina, leía, y enmudecía a todos, su tono, su ejecución vocal, su musicalidad anunciaba el corpus poético, los sujetos que instalaba del habla, “Los peces y gatos” que nadan en su texto, y el ejercicio del escribir como posibilidad y como enunciado “Por eso se escribe y se dice que duele; aunque los peces y los gatos jamás puedan comprenderlo”. En el ejercicio de géneros confesionales, Carolina Vega, presento un hermoso trabajo de diario de vida, ahí aparece la Cárcel, la prisión política, la tortura de mujeres, el cuerpo herido, el otro que no está, el género del diario, permite marcar la condena terrible de esa tragedia, la fuerza del lenguaje esta en como ejecuta de manera notable esa atmósfera, ese dolor, esa derrota, esa perdida, como señala en este bello verso: “Hoy soñé contigo José y la última vez que hicimos el amor como despedida o reproche a estas cárceles que son el cuerpo”. Todo esta dicho ahí, toda la emotividad despiadada, de este territorio inexplorable de las cárceles de mujeres en Chile, pienso en Maria Carolina Gel, o pienso en la prisión política de Sybilla Arredondo: “la noche ésa en que mi cuerpo tuyo tembló desde el refugio del sol a la penumbra de sabernos buscados”. Una escritura que desafía el margen, y lo señala con lucidez en sus versos “he aprendido a inventarme bordes.” La erótica de la palabra “Apenas hoy me atrevo a tocarme lo que queda de mi”, la violencia de los cuerpos “Todas las noches ellos vienen por mí y yo sólo quiero bailar contigo sobre luces escarlatinas.” Carolina Vega. sentencia en su poética, una estética de lo híbrido entre géneros, entre lo narrativo a veces, la prosa poética muchas veces, el verso como ejercicio. Todo lo nombra como fotografía de la infancia, “Tu silencio incorpora mi silencio porque hasta nombrarte puede poner a los animales tristes”. Carolina, interpela un cuerpo herido, como historia terrible de país, como imaginario colectivo, como metáfora de animales tristes: “Ese día fuimos al zoológico y los animales no estaban sonriendo”.

Diego Ramirez .-

enero 2007 .-