La huella personal de la tristeza
La huella personal de la tristeza
Diego Ramírez Gajardo “El baile de los niños”
Ediciones del Temple, Santiago, 2005, 101 págs.
José Ignacio Silva A.
www.plagio.cl
Abundan en la literatura universal los casos de escritores que tienen el brío de sacar a la luz pública obras que están reñidas con ese cambiante estándar de medidas de comportamiento conocidas como “la moral y las buenas costumbres”. No es la idea comparar a Diego Ramírez Gajardo (Antofagasta, 1982) con Baudelaire o Flaubert. Las comparaciones son siempre odiosas.
Con todo, El baile de los niños (Ediciones del Temple, 2005) sí comparte seguramente el arrojo y el propósito de fondo de otras obras que en el pasado escandalizaron a la “gente bien”, esto es, la valentía de poner en un libro sentimientos y pulsiones que tienen la dermis de los chilenos particularmente sensible (sobre todo tras los affaires Spiniak y Lavandero).
Ahora, la poesía no es carta blanca para nada. No tras la aparición de un libro como este se justifican conductas reñidas con la moralidad. Lo anterior es para decir que, a pesar de todo, la condena a este, o a cualquier libro de su especie, sigue siendo una práctica cavernaria. Lo sano en este caso (y en los que vengan) será adaptar la recepción del lector, y forzarlo a mirar más allá de lo que estos poemas describen. Sí es una cortapisa para obtener aceptación universal, pero se intuye que, dada la naturaleza del libro, el autor no busca quedar bien con Dios y con el diablo.
Ramírez, a sus cortos años, ya ha pasado por su temporada en el infierno, y a la manera de Verlaine (él fue a la cárcel y no Rimbaud) y Wilde, ha vaciado esta experiencia y otras imágenes que lo mueven en un poemario resuelto y que rescata la dimensión poética de un mundo que se calla. Y cuando se habla de “mundo” hay que entender tanto el ambiente que rodea al autor, así como su interioridad. Es mundo al que el mismo Diego Ramírez ha señalado pertenecer y defender su “diferencia hermosa”, y que ciertamente lo logra en este libro.
Con una estructura maciza y con imágenes ante las que algunos fruncirán el ceño, pero no por lo laxas o inconsistentes, el autor reproduce un devaneo bañado en ternura prohibida; una escritura que es “un recado de amor/ y un desafío a su propia muerte”, una danza en la que “las niñas que yo conozco casi nunca pueden ser felices”, ataviadas con ropas en las que se “lleva dibujada la huella personal de la tristeza”.
Este libro es un lastimero callejón sin salida es, un coqueteo delicado y vedado que hace más que poner pelos de punta, pues enriquece a la poesía joven con notas de daño y amor de lo que se calla en la superficie.
Diego Ramírez Gajardo “El baile de los niños”
Ediciones del Temple, Santiago, 2005, 101 págs.
José Ignacio Silva A.
www.plagio.cl
Abundan en la literatura universal los casos de escritores que tienen el brío de sacar a la luz pública obras que están reñidas con ese cambiante estándar de medidas de comportamiento conocidas como “la moral y las buenas costumbres”. No es la idea comparar a Diego Ramírez Gajardo (Antofagasta, 1982) con Baudelaire o Flaubert. Las comparaciones son siempre odiosas.
Con todo, El baile de los niños (Ediciones del Temple, 2005) sí comparte seguramente el arrojo y el propósito de fondo de otras obras que en el pasado escandalizaron a la “gente bien”, esto es, la valentía de poner en un libro sentimientos y pulsiones que tienen la dermis de los chilenos particularmente sensible (sobre todo tras los affaires Spiniak y Lavandero).
Ahora, la poesía no es carta blanca para nada. No tras la aparición de un libro como este se justifican conductas reñidas con la moralidad. Lo anterior es para decir que, a pesar de todo, la condena a este, o a cualquier libro de su especie, sigue siendo una práctica cavernaria. Lo sano en este caso (y en los que vengan) será adaptar la recepción del lector, y forzarlo a mirar más allá de lo que estos poemas describen. Sí es una cortapisa para obtener aceptación universal, pero se intuye que, dada la naturaleza del libro, el autor no busca quedar bien con Dios y con el diablo.
Ramírez, a sus cortos años, ya ha pasado por su temporada en el infierno, y a la manera de Verlaine (él fue a la cárcel y no Rimbaud) y Wilde, ha vaciado esta experiencia y otras imágenes que lo mueven en un poemario resuelto y que rescata la dimensión poética de un mundo que se calla. Y cuando se habla de “mundo” hay que entender tanto el ambiente que rodea al autor, así como su interioridad. Es mundo al que el mismo Diego Ramírez ha señalado pertenecer y defender su “diferencia hermosa”, y que ciertamente lo logra en este libro.
Con una estructura maciza y con imágenes ante las que algunos fruncirán el ceño, pero no por lo laxas o inconsistentes, el autor reproduce un devaneo bañado en ternura prohibida; una escritura que es “un recado de amor/ y un desafío a su propia muerte”, una danza en la que “las niñas que yo conozco casi nunca pueden ser felices”, ataviadas con ropas en las que se “lleva dibujada la huella personal de la tristeza”.
Este libro es un lastimero callejón sin salida es, un coqueteo delicado y vedado que hace más que poner pelos de punta, pues enriquece a la poesía joven con notas de daño y amor de lo que se calla en la superficie.
3 Comments:
sii..ia habia leido ^^
un beso....
creo q t lo he dico
pero t kero
with love-
besos
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